Es usual utilizar el oro en joyería, en decoración, en accesorios, y hasta en la dentadura… pero el último lujo es saborearlo… ¡Una porción de tarta con doble ración de oro, por favor!… Y es que el oro como ingrediente, es la máxima expresión de la sofisticación y el lujo culinario.
Las propiedades del oro las estudiamos todos en el colegio: es un metal resistente, inoxidable, resistente a los disolventes y a las altas temperaturas. No por nada se ha ganado su espacio entre los ‘metales nobles’.
De acuerdo a investigaciones recientes, el consumo del oro se remonta a una herencia de los egipcios al pueblo de Israel, cuenta la historia que el pan preparado según las instrucciones de Moisés contenía oro triturado en mortero y reducido a polvo.
Se narra también que a la llegada de Alejandro Magno a Jerusalén, los aldeanos le recibieron ofreciéndole panes que contenían oro.
Actualmente, el oro ha retomado su uso gastronómico. Los mejores chefs del mundo utilizan el oro para decorar los platos más selectos… esto con el visto bueno de los especialistas, que han declarado que su ingesta es beneficiosa para el organismo, elimina toxinas y retarda el envejecimiento de la piel.
El oro para la gastronomía se vende en varias presentaciones: polvo de oro, virutas de oro, escamas de oro y hojas de oro. Los precios son variables de acuerdo al precio, pera tener una idea, 200 miligramos de oro comestible en cualquiera e sus presentaciones cuestan aproximadamente 40 dólares.
Después de todo no es muy caro degustar oro y morir de glamour.